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lunes, 29 de enero de 2018

CUANDO E.T. ME SUBIÓ A LA LUNA.

Descubrí que no me gustaban las alturas con cinco años, una fría noche de Navidad en la feria, un lugar al que siempre me ha gustado ir por esas fechas por su ambiente, que no por sus atracciones. Mi padre siempre me llevaba cuando era pequeña, le gustaba enseñarme a coger peluches con el gancho (como en Toy Story) y plantarme siempre frente a los muñecos que chafaban la uva, pues me embelesaba mirarlos. Aquella noche, la noche que descubrí mi temor a no pisar suelo firme, decidió montarme en algo diferente: la noria infantil. Esta anécdota mi entorno la tiene más que sabida, porque nunca me canso de contarla. Qué gran error cometió mi padre ahí o mejor dicho, qué gran descubrimiento, sin él saberlo, recayó sobre mi persona. 
Todo iba maravillosamente bien, excepto cuando mi diminuta cabina estaba arriba; cada vez que subía cerraba los ojos, porque ver a mi padre tan lejos de mí (quien sepa de la noria que hablo, sabrá que estoy exagerando por encima de mis posibilidades), me daba auténtico pavor. Pero era algo soportable, quizás como la vida misma ya por entonces, con los pequeños temores que surgen en un cerebro del tamaño de una naranja. Pero sucedió algo de repente y es que la atracción terminó, pero no de la manera en que a mí me hubiese gustado, pues evidentemente como en cualquier atracción que se eleva mínimamente del suelo, para bajar unos, otros deben quedarse arriba unos minutos. Drama. Nunca jamás en mi vida he conseguido borrar aquel recuerdo de mi cabeza; la atracción parada y yo ahí arriba, sin saber muy bien qué hacer, viendo a mi padre cada vez más lejos, como si el propio E.T. me estuviera elevando en bicicleta a la Luna. Lloré, grité, pataleé, no sé si más que la primera vez que me midieron el azúcar en el hospital -quién me iba a decir entonces dónde iba a terminar hoy en día-, pero sé que lo pasé mal y eso nunca lo olvidaré.
Desde entonces, he ido siempre un paso por detrás respecto a los parques temáticos. Me da miedo las montañas rusas, sí, soy de ese pequeño porcentaje del mundo que no convierte la adrenalina del momento en gozo y disfrute, sino en terror, mucho terror. Nunca he subido a las grandes atracciones de esas que dicen que hay que subir una vez en la vida, ni tan siquiera he subido a la noria grande, jamás de los jamases haría puenting o algo que se le parezca, y soporto los aviones, porque no me queda de otra. Si me pongo a analizar esta situación, es posible que tenga algo que ver con mi carácter. Las veces que mi cabeza se ha volatilizado, he tenido miedo y yo misma he terminado aterrizando de la peor manera posible. Me gusta saber el suelo que piso, me gusta mirar por dónde voy y fabricar yo misma mis situaciones de adrenalina. Esto a veces, o en demasiadas ocasiones, me da poco margen de sorpresa porque en mi vida no hay sorpresas. No me gustan las subidas y bajadas, sobre todo cuando mantener mi equilibrio me ha costado tantas horas, tanto ensayo mental, tanto esfuerzo, que de verdad, acaba valiendo la pena. Siempre hay cosas que se escapan de tu propio radar, eso es inevitable, cosas que suceden, cosas que están ahí, cosas que a veces ni vemos y acabamos comiéndonos bien sea con patatas o con cristales; no he dicho que existir sea fácil. La naturaleza de uno recae en sus miedos y en cómo los afronta. No los evites, al contrario, tenlos siempre presentes. Todo es estático hasta que deja de serlo, pero ahí es cuando tú decides si vivirlo con la realidad gravitatoria o con la virtualidad espacial. Hay mil maneras de morir, pero muchas más de vivir. 

Gracias papá, porque aquel día, indirectamente y sin tú saberlo ni tan siquiera a día de hoy, me enseñaste, como tantas otras cosas en la vida, a qué le temo: a perder mi eje vertical. 





Free As A Bird - The Beatles

https://www.youtube.com/watch?v=ODIvONHPqpk

"Free as a bird, it's the next best thing to be".