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miércoles, 10 de mayo de 2017

VIVIR ES MÁS BONITO ASÍ.

No sé si soy capaz de perdonarme tanto tiempo sin escribir aquí, pero es que entre estudios, trabajo, compras y preparativos varios, no he tenido mucho tiempo para ponerme delante de la pantalla a contar mis batallitas. Cabe confesar que también tengo mis momentos de ocio al día y eso me apura las horas para dedicarle al blog (que no a la escritura, pues eso es algo diario). 
Mi curso está a punto de terminar y menos mal, porque tengo la cabeza saturada, mi cerebro necesita un merecido descanso y mi vida anhela más horas dedicadas a mí; pero ya vendrán.
La realidad es que yo, por X o por B, no soy ni de lejos la misma que comenzó en septiembre. La vida avanza y se ve cuando echas la vista atrás, pero hoy no voy a hablar de los cambios existenciales, ni tampoco de las noticias que cada día se atornillan a la televisión y me resultan insulsas, monotemas y demasiado banales para dedicarles una entrada de blog, que no creo que no haya hecho antes. Así que hoy hablaré de mi viaje a Sevilla con mis amigos, donde respirar felicidad ha sido más fácil que respirar oxígeno. 




Eran las 6.00 am. del viernes 5 de mayo cuando sonaba el despertador al unísono en seis casas del barrio de Malilla (Valencia), muy cerca las unas de las otras. El sueño no era un impedimento, cuando se avecinaba ante nosotras una fabulosa experiencia. La Chupipandi, ese grupo de amigas formado hace muchos años atrás y que tiene anécdotas para escribir un libro, por fin se iba de viaje juntas, tras hablarlo, planearlo, ponerse de acuerdo y llevarlo a cabo. Parecía que nunca llegaría este día, pues aunque algunas de nosotras ya habíamos viajado por nuestra cuenta (Madrid, Oporto...) nunca habíamos coincidido todas y eso ya sumaba un extra a este viaje. Pero no os engaño, todas no estábamos, faltaba nuestra Madre Natura, nuestra Irene, nuestra Parri, que viviendo en Australia le resultaba imposible unirse y a la que hemos tenido presente cada minuto de esta aventura. 




Todo comenzó cuando hace algo más de un año, Paula nos comentó que se iba a vivir a Sevilla, nada menos que al barrio de Triana y coincidiría con la Feria de Abril; en aquel momento todo quedó plasmado en nuestro bar de siempre, con cerveza en mano y de boquilla, sin pensar que el 5 de mayo de 2017, cogeríamos un AVE con destino el Real de la Feria. Y así fue, y así transcurrieron nuestras cuatro horas de viaje, entre el cerveceo de media mañana ("¿cuándo está socialmente aceptado beber en el tren?", by Marina) y la ilusión que se palpaba en las sonrisas y las miradas de complicidad, de quien se conoce cada asunto cerrado o pendiente en la vida de la otra. 




Llegadas a Sevilla, dos taxis nos llevarían al precioso barrio de Triana, bañado por un imponente río Guadalquivir, con la Torre del Oro custodiando las vistas y el puente Isabel II abierto para nosotras. También desde ahí se visualizaba en la lejanía una esplendorosa Giralda que nos daba la bienvenida y las infraestructuras de la Expo 92, que la ciudad aún conserva como recuerdo de aquel año. Ahí estaba nuestra casa, en el corazón de Sevilla y ahí, en una plantita baja de dos habitaciones y dos baños, nos metimos 6+1, es decir las seis turistas y la anfitriona. Sin problema alguno, pues íbamos equipadas con colchones hinchables, mantas, almohadas y demás menaje del hogar. Nada que no tuviera solución, somos de la generación del Tetris.




Y ya tocaba ver Sevilla, comenzamos obviamente por hacernos quinientas fotos en la zona donde íbamos a pasar las siguientes 72 horas de nuestra vida y después visitamos Plaza España. Creo que no he visto algo tan bonito jamás; la palabra increíble se queda corta. Sevilla es especial desde el minuto uno en que la pisas y no sólo por lo preciosa que es, sino por la hospitaliad de la gente. 
Nos pusimos "morás" de pringá, de berenjenas, de chocos y de todo tipo de tapeo bueno, sabroso y barato.







La tarde del viernes la dedicamos a intentar subir a la Giralda (a 5 minutos de cerrar, por lo que fue imposible), a tomar café en nuestro acogedor y efímero hogar y a ducharnos y ponernos guapas para ir a conocer una nueva fiesta: La Feria de Sevilla. 



Hechas un pincel, pusimos rumbo al Real, no sin antes parar a reponer fuerzas en un pequeño bar, donde nos trataron con todo el cariño del mundo y donde dejamos sin existencias de rebujito al local. 





Como anécdota, la repentina lluvia que aún nos obligó a quedarnos más rato bebiendo Manzanilla con 7up, pero en cuanto esta cesó, llegamos a la Feria. Y ahí estaba ante nuestro ojos un portón enorme que rememoraba el 25 aniversario de la Expo (donde estuvo mi familia cuando yo apenas era un bebé), separando la fiesta de la ciudad. Las fotos, como es lógico iban y venían. Nosotras lo mirábamos todo con ojos de novedad, de curiosidad, como cuando algo sólo es visto desde el televisor y de pronto lo estás viviendo en primera persona. 




Acudimos a la caseta donde la maravillosa Nayat nos invitó; una caseta privada que nos hizo descubrir la parte de atrás de estos lugares, los restaurantes que tienen montados en lo que parece una pequeña carpa. Ahí detrás nosotras tapeamos de lo lindo y seguimos bebiendo rebujito, que para eso estábamos en feria. Una jarra tras otra, dio paso a los gintónics y de ahí a recibir invitaciones para otra caseta donde la fiesta nos esperaba hasta el amanecer. Todo un show, las valencianas por Sevilla, reinas de las tarimas, "chapando casetas", que no nos lo tengan que contar.





Esa noche nos dejó KO en todos los sentidos, el día había sido  largo, 24 horas despiertas no es algo habitual, así que caímos en la cama rendidas, esperando que el día volviera a iluminar la ciudad.

Y llegó el sábado, un sábado más que inesperado. No madrugamos, no teníamos fuerzas para ello, así que con tranquilidad fuimos levantándonos, preparando café, pasando por la ducha y planteándonos el día. Cuando todas estábamos listas, nos dispusimos a buscar un bar para comer, cuando de pronto llegamos a una terraza y aparecen mis Churreteros favoritos: Gabi y Alejandro. Tenían todo reservado desde febrero, desde el mismo día en que nosotras compramos los billetes, ¡y yo era la tonta que no sabía nada! Podéis imaginar mi cara, mi reacción, todo un poema, no podía creérmelo; si ya estaba siendo inmensamente feliz, esto aún engrandeció más este dulce fin de semana. 




Pasado el subidón, recorrimos Sevilla todos juntos, comimos (con rebujito, cómo no) y nos tomamos unos gintónics en la zona del centro, donde el sol daba vida a ese instante. Tras este inciso, bajamos al río a hacernos más fotos ("venga chicos, que no se diga") y de ahí a hacernos café en nuestra casa, algo que ya estábamos tomando como tradición para aguantar la intensidad de estos días. 
Y de nuevo, a ponerse guapas y guapos para la segunda y última noche de Feria. 





Con modelito distinto, noche distinta. Las chicas cenamos por nuestra cuenta en un bar cerca del Real, donde debo decir que de los cinco o seis donde estuvimos, este fue el peor con diferencia, por el trato, la calidad y el precio. El resto de bares, de categoría, pero como siempre, hay de todo en todas partes. Aun así en la terraza se estaba de maravilla y comimos, bebimos y charramos hasta quedarnos sin aire. Y esta noche tocaba una caseta diferente, la de Manuel, otro sevillano hospitalario, amigo de Gabi, que nos acogió y donde estuvimos con nuestra copa, churreteando, lo que más nos gusta. 








A las 00.00 lanzaron los fuegos artificiales que ponían fin a la Feria, y que hizo que la mayoría de casetas estuvieran apagadas, aunque nosotros fuimos en busca de una pública y llegamos a la del PSOE (por entrar en una), de la que salimos rápidamente por el agobio y porque, para qué mentir, el panorama era poco alentador y es posible que de ahí hubiésemos salido sin bolso o sin zapatos.
Tras dar un rodeo, pasamos por la caseta de CCOO; la cosa no pintaba mal, no había agobio de gente, no parecía que nos fueran a robar hasta la ropa interior y además tenían una pequeña verbena montada, así que ahí decidimos hacernos varias copas, al ritmo de un mezcladillo de música para todos los gustos. Y de ahí, al centro, al pub/discoteca Groucho, no sin antes pasar por casa para ponernos cómodas, yo me puse tan cómoda que me cambié de arriba a abajo y me la jugué en deportivas (en Sevilla salir así de fiesta es pecado), pero es que era la última noche y quería olvidarme de los tacones, sólo quería bailar hasta el amanecer y celebrar la vida junto a mis incondicionales amigos.
Y así fue, otra noche más en la que fuimos los últimos en salir de un local; cansados pero felices, agotados de bailar, de saltar y de hacer el tonto en general. Vivir es más bonito así.




Llegamos a casa y una pizza de cuatro quesos nos esperaba dentro del horno; deliciosa hasta decir basta y de gran ayuda para conciliar un reparador sueño que nos llevó al domingo 7, nuestro último día.
Sevilla amaneció a 35ºC, un excesivo calor que nos invitaba a comer dentro de un bar y no en la terraza como habíamos hecho hasta ese momento. Como siempre, el tapeo se adueñó de la mesa y esta vez en lugar de cañas y rebujito, el agua reinó durante la comida. El domingo todo sabía a despedida, cada bocado, cada paso por Sevilla, cada esquina que girábamos tenía una nostalgia lejos de la alegría que nos había invadido los dos días anteriores. Aun así la sensación de bienestar era patente entre todos, porque la experiencia había superado con creces las expectativas. Y tras el café y el repaso a la noche anterior, llegó el momento de pisar Triana por última vez para recoger nuestras maletas, esas que habíamos dejado preparadas antes de salir de casa. Y con el inconfundible ruido de las ruedas sobre el asfalto de adoquines de este espectacular barrio, cogimos un taxi hacia Santa Justa, para volver a nuestra ciudad. 
Despedirse de Paula fue duro, casi tanto como el 19 de marzo cuando ella se marchó de aquí, pero con la sensación de verano a la vuelta de la esquina y con mil planes juntas y no muy lejanos.




El tren nos esperaba a las 18.30 de la tarde y casualidades de la vida (o no), Gabi y Alejandro no sólo iban en el mismo vagón que Leire y yo, sino en los asientos de delante. Lo que hizo más ameno este triste regreso. 
Llegamos a Valencia a las 22.30 de la noche, con la maleta más llena que cuando nos fuimos. Sí, al menos la mía pesaba más, porque lo que era ropa y zapatos cuando me fui, ahora había que añadirle recuerdos imborrables, sonrisas intachables, momentos indescriptibles y una paz que siempre perdurará en mi cabeza. Ha sido más que bonito, ha sido perfecto, de principio a fin.




De Sevilla, su Feria y su gente, no tengo palabras, sólo puedo decir que volveré, que me han quedado muchas cosas por ver, que el que no haya ido que no lo piense ni un segundo, que Sevilla enamora, que es diferente, que Sevilla tiene un color especial y ahora doy fe de ello. 





SI EXISTE EL PARAÍSO, NO LO QUIERO SIN VOSOTROS. 





Ron Sexmith - Get In Line 

https://www.youtube.com/watch?v=M2FoIBQvUZ4

"Oh! It's a long line".


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