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martes, 22 de marzo de 2016

SEMANA FALLERA, CAOS ORGANIZADO.

Como cada año, las Fallas paralizan mi vida y todo lo cotidiano, hasta escuchar música o leer, queda completamente en un segundo plano. Pronto una se acostumbra a pasar 20 de las 24 horas que tiene el día, en la calle, con su gente, en esa carpa que de pronto se convierte en hogar y luego cuesta desengancharse de eso. Aunque este año la "depre" es menor, pues el jueves estaré volando hacia Oporto con una maleta llena de ganas e ilusión.

Hoy voy a usar el blog como una recapitulación de mis Fallas, más a modo personal que otra cosa, porque creo que la mejor semana del año merece algún reconocimiento por parte de esta humilde fallera que las ama con locura, más allá del que esperemos nos brinde la UNESCO el próximo noviembre.

Todo empezó el viernes 11 de marzo, cuando llegada la tarde, mi querida amiga Irene (alias Parri) y yo, nos fuimos al centro a comernos un buen chocolate con buñuelos en la mítica Santa Catalina, para coger fuerzas, pues tras ver algunas fallas, la tarde/noche culminaría con el encendido de la doble campeona (de luces y monumento), Cuba-Literato Azorín, que junto a su vecina Sueca, en aquella tarde que olía a fiesta, inauguraba su iluminación. Una hora de plantón que valió la pena, pues fue una verdadera maravilla. Tras esa "panzá" fallera, tocaba recoger el bocata e irnos a cenar a nuestra comisión; era noche de estrenar la carpa. Las cenas con los amigos molan, pero cuando no falta ni uno mola mucho más. Un año esperando ese momento, así que no podíamos quedarnos sin abrir la barra y bailar.

El sábado 12 no fue para menos. Esa mañana almorzamos con ganas, recogimos nuestros blusones personalizados y tuvimos la comida ofrecida por nuestra Fallera Mayor: arroz, como no podía ser de otra manera en esta intensa semana. El primer arroz de los tantos que vendrían.
La tarde la dediqué a leer mi Extra de Fallas del Levante, algo que tradicionalmente mi padre me compra cada año desde que era muy pequeña, que devoro con ganas y que colecciono. 
El anochecer lo dedicamos a comprar la "picaeta" para las paellas del día siguiente y he de decir que este año la organización fue máxima. Se nota que nos hacemos mayores. Y tras guardar nuestras papas, quesos, refrescos y demás, pusimos rumbo al Carmen, para acudir a nuestra anual cita en los Picapiedra, donde cenamos y bebimos hasta terminar haciéndonos amigos de todo el mundo (como suele ser habitual). Ya entrada la madrugada, terminanos en nuestra falla, pues había verbena, estaba la carpa hasta los topes y Manolita había vuelto de Japón. Fue un buen comienzo, un sábado de 10. 

El domingo 13 se hizo un mundo levantarse de la cama, pero tocaba el concurso de paellas, así que una vez colocado el blusón y el pañuelo, todo fue mejor. Cerveza en mano y con un maravilloso sol que no debería haberse movido de ahí, terminamos haciendo una paella buenísima, que no sabemos por qué, el jurado no supo valorar, pero nuestros estómagos sí. La tarde, tras el café en nuestro bar de reunión, terminó con una buena ducha, pijama y cama. El finde ya había dado demasiado de sí. 

Lunes 14, era el día dedicado a mi querida mamá. La tarde fue invertida por completo en recorrernos el centro viendo las fallas más grandes, cuyos artistas trabajaban sin descanso, ultimando la plantà. Desde Convento Jerusalén, hasta el Mercado Central, pasando por Na Jordana, el Pilar y la majestuosa falla municipal, hicimos fotos y lo pasamos bien, como siempre que vamos juntas y si es por motivos falleros, más aún. 
La noche, de nuevo, sabía a falla. Teníamos cena, la última "no oficial" y la última sin una fiesta detrás acompañando la semana. Pero, claro está, la juerga siempre acabamos montándola nosotros.

Y por fin llegó el martes 15, día de plantà. El día amaneció con nuestra fallita infantil en su lugar de siempre, observando tranquila todo lo que acontecía en la demarcación de nuestra comisión. El martes fue día de almuerzo y tarde completa de casal, de esas de las que no te cansas, en tu ambiente y riendo, eso sí, ese día tocaba ir con los moños a cuestas, pues nada más comer había tenido peluquería. ¡Por fin estrenaba peinetas! Y los buñuelos de la merienda, supieron mejor así peinada. Sobre las 20.30, llegó nuestro ninot de la exposición y le dimos la bienvenida con una cena, la cena de la plantà, la primera cena oficial. Después la Nit d'Alba que se celebraba este año por primera vez, desde los años 60, informaba del comienzo de la fiesta. Una carcasa lanzada por todas las comisiones falleras a las 00.00h., anunciaba al cielo que las Fallas 2016 ya habían comenzado. Tras este nuevo y emocionante acto, teníamos verbena y ruta por el barrio, llena de anécdotas de esas que quedan en la más estricta intimidad y con cubatas cortesía de nuestros amigos de fallas vecinas. 

El miércoles 16 de marzo, Valencia despertó con un radiante sol que iluminaba cada rincón de la ciudad. Las fallas ya estaban en la calle en toda su plenitud, y comenzaba así el día fallero por excelencia, el que transforma la ciudad, el más anhelado. El día 16 teníamos la primera "picaeta" ofrecida por la falla, esa del mediodía que te quita las ganas de comer, donde el vermú, la cerveza, el queso y los tramusos, se rifan entre falleros y no falleros. Uno de los momentos que personalmente más me gustan de todo el día. 
La tarde era para vestirse de fallera, pues teníamos pasacalle nocturno. Qué ganas tenía de estrenar mi traje azul y plata; no hay nada como llevar indumentaria valenciana elegida por una misma al detalle. 
El pasacalle fue muy divertido, como cada año. Los falleros portan las antorchas y las falleras bailamos al ritmo de la charanga. Un nutrido grupo somos los que damos vida a este desfile, por el que vale la pena calzarse las mejores galas. 
Tras el pasacalle, tocaba cambiarse y ducharse rápidamente, pues teníamos cena y noche de disfraces. Éramos Mélody y los gorilas y cómo no, nuestro querido Enrique, siempre es la nota discordante, y el protagonista indiscutible de esa noche. Él fue Mélody, igual que en su día fue la manzana de Blancanieves, Mary Poppis o la "máquina del tiempo" con heces dibujadas en la espalda. 
La noche terminó, como siempre, bailando el Piki Piki con el gintonic. No muy originales, pero sí muy divertidos.

Llegó el jueves 17, posiblemente el día más esperado por toda fallera (y fallero), la Ofrenda de flores a nuestra Mare de Deu dels Desamparats. La Xeperudeta. Nostra Mareta. 
La mañana, como el día anterior,  fue dedicada a "picotear", pero antes de eso también teníamos, por fin, mascletà. Yo ya había pasado por chapa y pintura en manos de mi mejor amiga Carla, que me dejó perfecta con sus dotes artísticos para el maquillaje. 
Tras comer, fui a la pelu de nuevo a hacerme otra vez los moños, aunque esta vez por un motivo mucho más especial. La ilusión rebosaba. 
Ya con el pelo hecho, sólo faltaba vestirse. Este día, como anécdota contaré que siempre termino discutiendo con mi madre por algo ten sencillo como la mantilla. Pues yo que soy algo tiquismiquis para eso, termino sacando alguna pega de largaria cuando ya está colocada y mi madre, que tiene la misma santa paciencia que yo (es decir la misma que un ácaro), se pone algo nerviosa y terminamos como el perro y el gato y por supuesto este año no fue una excepción. Algo que se esfumó en cuanto todo estuvo listo y salí a la calle a lucir palmito. 
A partir de ahí, comenzó la caminata hasta la calle Colón, donde estos último años, quizás por el temor a las amenazas de lluvia que lleva ya dos años haciéndonos sufrir, el parón es mínimo, pero aun así nos dio tiempo a reponer fuerzas y ahí estaban nuestras benditas e incodicionales mamás con la merienda y el agua. ¡Qué haríamos sin ellas! Cuando nos pusimos en marcha de nuevo ya no había quien nos frenara y ya sabíamos hacia dónde nos dirigíamos. Todos los años es lo mismo, pero cada año es especial. Pasado el Parterre nos adentrábamos en la calle de la Paz, en filas de cinco, todas con el ramo en la mano izquierda y los metros exigidos de separación con la fila de delante; la sonrisa de par en par, los agradecimiento a quien te gritaba guapa o te aplaudía, las miradas de complicidad con tus amigas y las notas de los pasodobles resonaban al compás de nuestros vestidos. Terminada la calle, pasamos las estrechas callejuelas que separan la Paz de la plaza de la Virgen y que tan familiar nos resultan y por fin entramos, escuchando cómo nombraban nuestra falla, retumbando por los altavoces de la plaza; y la miré, por mí, por mi iaia, por mi familia, por mis amigos, por todo lo que tengo y por poder estar ahí un año más. Las lágrimas de felicidad y devoción recorrieron, como siempre, mis mejillas y así fue como le lancé a sus pies ese clavel que siempre preparo y besé mi ramo antes de entregarlo al vestidor que lo colocaría en su manto. Es algo imposible de explicar.
Una vez pasada la Ofrenda, era hora de esperar los autobuses en la Alameda y eso es lo más duro. Ahí la adrenalina ya había bajado hasta la punta del pie y comenzó a dolernos todo: Ganchos, zapatos, falda, etc. Así que subir al autobús fue toda una guerra, pero yo no podía quedarme sin sitio. 
Ya en casa, mi madre de nuevo me lo quitó todo y me metí en la ducha para hacerme un buen masaje capilar, sin peinetas de ningún tipo. Las mejores duchas, sin ninguna duda, son esas que te das después de haber llevado el traje de fallera, por eso merecen mención especial. 
Esa noche también tocaba cena, con sus correspondientes batallas de cacahuetes y tramusos de una punta a otra de la mesa y fiesta en primera fila, de esa que tanto nos gusta, hasta el amanecer, mucho más allá del fin de la música, pues la siempre "petardera oficial", Lucía, nos lió para tirar unos cuantos. Los únicos que he tirado estas Fallas, yo soy más de bombetas, de tota la vida de Deu.

Viernes, 18 de marzo, el día que comienza a oler a final por excelencia. Este día fue más de lo mismo por la mañana, una buena "picaeta", para no decaer y después comida en el bar de siempre. Ese día nos mezclamos personas de todas las edades de mi falla, pero lo pasamos estupendamente. Somo los "chupiguays", desde padres hasta hijos, de los que cerramos siempre el casal, con cubata en mano. 
La comida se fue alargando, hasta el punto que no pasé por casa en todo el día, y tras los play backs infantiles de la tarde y la siempre fabulosa mascletà nocturna, el cansancio comenzó a hacer sus estragos y yo, tan llorona como soy, pues cogí un buen soponcio que fue arreglado con un Ibuprofeno y un vasito de cazalla. Nada que no solucionen mis amigos. 
Era la noche grande por antonomasia, la última y la que siempre revienta la carpa de gente. Mi hermana Laura y mi cuñado David vinieron, como suele ser habitual, así como mi colega estopera Silvi, con la que terminé bailando "Cacho a cacho" como si de un concierto se tratase. Finalmente lo di todo y olvidé que estaba extenuada. La cama me vio aparecer a las 8.00h., cuando las comisiones falleras tiraban su última despertà, la que daba la bienvenida a San José.

Y llegó San José, el sábado 19 de marzo, el día grande pero también el más triste, el que sabe a final definitivo y sin tregua y el que no sabes cómo cogerlo, a pesar de vivirlo año tras año. El sábado ya no teníamos motivación, ya no nos apetecía ni tomarnos nuestra cervecita, pero no podíamos faltar a la última mascletà, los bailes regionales y la picaeta diaria. Sólo se hablaba de la mala suerte que teníamos con la climatología, mientras echábamos las últimas partidas de futbolín y esperábamos la ejecución. 
Comimos arroz, para variar, entre lamentos y ojeras y la tarde se pasó mirándonos las caras y haciendo balance de lo que había sido la semana. 
Llegadas las 22.00h. ardió nuestra fallita infantil y con ella la mitad de nuestro corazón, sabiendo que ya era irrevocable el fin, pero la otra mitad aún se alzaba victoriosa aunque envuelta en traca, porque nos quedaba la última cena. 
Esa última cena siempre es triste, a diferencia de las demás, ya no se bebe nada y se masca en el ambiente que la melancolía lo abarca todo. Sabes que volverán, pero sobre todo sabes que se están yendo, y eso cada año, si lo vives de verdad, cuesta asimilarlo. 
Pasadas las 00.20h de la noche un castillo gritaba a Valencia que otra falla iba a arder, de las tantas que a esas horas ya eran ceniza y las que tras ésta y junto a ésta se convertirían también en ello. Y así, con la pólvora dando mecha al final, crecían las llamas de "La Dança del Velatori" nuestro monumento de vareta, plantado apenas cinco días antes al tombe (de la forma tradicional), pequeñito pero con una cremà impresionante, diciendo adiós a las Fallas de 2016, pero sobre todo dando la bienvenida a la preciosa primavera y con el fuego encendido de la esperanza y la majestuosa ilusión que alberga soñar con las próximas, con las de 2017. 

Ahora toca volver a la vida normal, la que se deja atrás cuando comienza este caos organizado. Toca guardar trajes, peinetas, aderezos, cancanes y recuerdos, sobre todo recuerdos, de esos que resucitan a un muerto. 

De hoy, en 358 días, las volvemos a plantar. 


Y aquí dejo varias fotos que resumen de forma breve estos intensos días,  junto a la que sin duda ha sido, con el Piki Piki (pero ésta me gusta más), la reina de las canciones en cada una de nuestras noches, Madre Tierra. Gracias a todos los que habéis hecho de éstas, otras Fallas más que especiales. Sois mis amigos, lo mejor de mi vida y hacéis más bonitas si caben, las fiestas que tanto amo. 

https://www.youtube.com/watch?v=T9muAzJaOss

"Oye, abre tus ojos, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida."


























2 comentarios:

  1. M'agrada com contes les teues Falles! Bona entrada!

    Un consell: intercala les fotos entre el text i així es fa més fàcil de llegir i més atractiu ;)

    Bones Falles 2017!!!

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    1. Moltes gràcies!!! Tens raó, les fotos millor intercalades, a la próxima aixina!!!
      BONES FALLES 2017 jajaja!!!!!

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