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domingo, 11 de diciembre de 2016

REDESCUBRIENDO LA NAVIDAD

Hoy me ha llegado un recuerdo de Facebook de un escrito mío en el muro, de diciembre de 2011. En él criticaba, a mi manera (esa manera mía), la Navidad. Hablaba desde las úlceras estomacales que debían crear las chocolatinas de Adviento expuestas desde octubre, hasta las terribles ganas de romper a palazos los altavoces de los supermercados por los infernales y repetitivos villancicos. Sí, así, literalmente. Me he reído yo sola, porque es cierto que cuando crecí, de repente, odié la Navidad. 



De pequeña, como cualquier niño, la adoraba, era mi época favorita del año junto a Fallas. Me encantaba pasear por los centros comerciales, de la mano de mis padres, viendo los decorados navideños y pasando por la mini puerta del Imaginarium, imaginando, cómo no, que pronto todo lo que había en esas estanterías estaría en mi casa. Pero ni de coña, vamos. Aunque de ilusión también se vivía. 
Luego crecí, y a aquella jovencísima Carol, la Navidad le resultaba aburrida, insulsa, premeditada y enlatada. Era como si estos días tuviese que estar siempre con una sonrisa en la boca, es más, no estos días sólo, sino desde el puto mes de octubre, donde se mezclan las calabazas y los panetones. Siempre me ha puesto terriblemente enferma el márketing navideño y es posible que por ello nunca llegase a ver la esencia real.




Ya no recordaba los kilos de asco que me producía diciembre, pero hoy, al volver a leer eso, lo he rememorado. Sin embargo me he dado cuenta que ya no me sentía identificada, porque ahora cuando entro al supermercado ignoro con total naturalidad todo lo referente a Navidad, siempre que no vaya a comprar. Es simplemente como si no estuviese. Ahora cambio de canal cuando la tele retransmite una de esas malditas películas norteamericanas de nieve y luces en cada hogar. Esos films salidos del averno, los sigo detestando, pa' qué vamos a mentir (no hablo de "Solo en casa", esa me la trago por mis santas narices cada año). 
Ahora los villancicos hasta me motivan y espero con ganas reunirme en Nochebuena alrededor de una mesa que bien podría ser protagonista de "La Grande Bouffe", y entonces pienso en lo afortunada que soy. Espantosa y asquerosamente afortunada. De poder comer lo que quiera hasta reventar rodeada de las personas que más quiero en esta vida. Que sí, que hay ausencias que no se suplen, pero ¿y las presencias que siguen en pie? ¿No será eso más importante y el motivo por el que brindar? Si es que, lo que no enseñe la vida, no lo enseña nada en el mundo.
Ahora sé por qué vuelve a gustarme la Navidad, ahora que he visto lo frágil que es la existencia de cada ser humano, ahora que sé cómo funciona nuestro cuerpo, ahora que entiendo la gran fortuna que es tener lo que tengo. Y yo quejándome, que si comprar, que si fingir, que si reír... ¡Qué narices! ¿Para qué quieres comprar compulsivamente? Hombre, si quieres hacerlo, hazlo, pero no desvíes jamás el verdadero sentido de esta tradición. Los Reyes van a venir igual, porque los Reyes viven dentro de cada uno, se alimentan de lo que un día fuimos; pequeños seres inmersos en nuestra propia burbuja de tranquilidad, paz y amor. Al menos dentro de mí sí. Ahí sale el espíritu de aquella niñita 20 años atrás. Pero de eso ya escribiré más adelante. Ahora toca disfrutar los días venideros, siempre que puedas hacerlo, eso es un tesoro que muy pocas veces sabemos apreciar. Y no hace falta que finjas la sonrisa, ante ciertas situaciones, sale sola.



https://www.youtube.com/watch?v=ihW56Xa3XGQ

¡FELIZ NAVIDAD, PRÓSPERO AÑO Y FELICIDAD!

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