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miércoles, 28 de diciembre de 2016

UN MIEDO LLENO DE ALMAS.

Todo el mundo ha sentido miedo, tú has sentido miedo, yo he sentido miedo y hasta la persona que más fortaleza y colorida seguridad aparenta, ha sentido miedo alguna vez.

El miedo nos pone en sobre aviso, nos alerta de peligros y eso hace que en muchas ocasiones nos guardemos en salud y evitemos situaciones que podrían destrozar lo que por delante se pusiese. 
El miedo nos hace una señal, cierto es, pero son muchas las veces que decidimos ignorarlo, que no lo escuchamos, y seguimos nuestra senda, directa al acantilado, como un rebaño de ovejas, tan ciegas, que son incapaces de ver que no siguen a ningún pastor. Porque también al ser humano le gusta el riesgo. 
Pero hablemos de ese miedo que nos eriza la piel interior, la que no se ve, pero se percibe. Hablemos de ese miedo que surge cuando ni tan siquiera nuestra vida está en peligro, pero lo vivimos como si casi lo estuviese; porque quizá de él depende que la masa que esconde la quijotera, sí sobreviva a la vida. El miedo a enfrentarnos a nuevos retos, el miedo a fallar, el miedo a cambiar, el miedo a ser nosotros mismos. Ese miedo, amigos, es el más común y por tanto, el más traicionero.




Hace apenas unos días, leí un artículo sobre el comienzo de un nuevo trabajo, las dudas y temores que surgen y además ha coincidido con mi nueva situación laboral y me hizo recordar la vez que tuve mi primera experiencia laboral y el primer día de trabajo. Recuerdo que tuve miedo, ese miedo del que antes hablaba. La inexperiencia me daba pánico, el fallar o el no ser capaz; me temblaban las piernas, me sudaban las manos y me costaba un esfuerzo tragar saliva. Tras haber vivido varios días de "primer día de trabajo", ahora sigo sintiendo miedo, para qué vamos a mentir, pero de una forma muy diferente, completamente canalizado por donde yo quiero que vaya y dándome mucho más margen de error. Ahora mi cabeza me dice: eres capaz y eres capaz de equivocarte como cualquier ser humano. Nadie nace aprendido. Así es como los miedos huyen, así es como los espantamos, así es como nos volvemos seguros y potenciamos lo mejor que tenemos, con mucha fuerza interior y aguantando las tripas hacia dentro las primeras veces, que ya sabemos, pueden ser muy dolorosas. 




Si nos bloqueamos, si nos ensimismamos en nuestras debilidades, no podremos avanzar cuanto nos gustaría y eso siempre te lleva a un, ya no miedo, sino un terror descontrolado que recorre nuestros vasos sanguíneos a la velocidad de la luz. Y estoy segura que debe consumir de una forma tremenda. 

No sólo a la hora de un trabajo el miedo puede afectar, también por supuesto se puede extrapolar a cualquier ámbito, pero por ser más general, al afrontar el reto que sea en nuestra vida, a dar ese paso que nunca tuvimos valor de dar, a saber que siempre llega una hora, un día, en que nuestro reloj interior grita y debes escucharlo, aprender a hacerlo e ir de la mano con él. No puedes desviar tu camino, o mejor dicho, sí puedes pero no debes, porque entonces serás infeliz durante todo tu trayecto y no hay nada como vivir una vida plena, llena de libertad, para elegir lo que deseas, disfrutando de esas pequeñas cosas, que suenan a tópico, pero hacen grande el existir. 

Si decidimos quedarnos en el mismo punto de partida siempre, nos perderemos infinidad de historias que contarles a nuestros hijos si algún día decidimos tenerlos. Si no alzamos la voz, en lugar de atrapar oportunidades, las oportunidades nos atraparán a nosotros en forma de ansiedad por no haber sido capaces de llevarlas a cabo. La vida no es eso. 




Dejemos de lamentar la mala suerte que a veces parece que nos cae del cielo, porque ni la buena ni la mala caen del cielo, en esta vida señores, sólo las mentes más fuertes llegan a la convicción que cada día cuenta y son conocedoras de su valer. 
Por eso nunca dejarás de sentir miedo, porque si estás sintiendo miedo en este momento, es porque has tomado las riendas de algo, es porque una decisión abre una nueva etapa y eso, a parte de valiente, te está salvando de un pozo en el que ya hay mucha gente.





Esta canción me gusta mucho, y aunque se llama "Ella", también se la dedico a "ellos". Porque tiene la fuerza que todo requiere. Bon Nadal.

https://www.youtube.com/watch?v=i7X6nO0R9jA

"Hoy vas a conseguir reírte hasta de ti".

domingo, 11 de diciembre de 2016

REDESCUBRIENDO LA NAVIDAD

Hoy me ha llegado un recuerdo de Facebook de un escrito mío en el muro, de diciembre de 2011. En él criticaba, a mi manera (esa manera mía), la Navidad. Hablaba desde las úlceras estomacales que debían crear las chocolatinas de Adviento expuestas desde octubre, hasta las terribles ganas de romper a palazos los altavoces de los supermercados por los infernales y repetitivos villancicos. Sí, así, literalmente. Me he reído yo sola, porque es cierto que cuando crecí, de repente, odié la Navidad. 



De pequeña, como cualquier niño, la adoraba, era mi época favorita del año junto a Fallas. Me encantaba pasear por los centros comerciales, de la mano de mis padres, viendo los decorados navideños y pasando por la mini puerta del Imaginarium, imaginando, cómo no, que pronto todo lo que había en esas estanterías estaría en mi casa. Pero ni de coña, vamos. Aunque de ilusión también se vivía. 
Luego crecí, y a aquella jovencísima Carol, la Navidad le resultaba aburrida, insulsa, premeditada y enlatada. Era como si estos días tuviese que estar siempre con una sonrisa en la boca, es más, no estos días sólo, sino desde el puto mes de octubre, donde se mezclan las calabazas y los panetones. Siempre me ha puesto terriblemente enferma el márketing navideño y es posible que por ello nunca llegase a ver la esencia real.




Ya no recordaba los kilos de asco que me producía diciembre, pero hoy, al volver a leer eso, lo he rememorado. Sin embargo me he dado cuenta que ya no me sentía identificada, porque ahora cuando entro al supermercado ignoro con total naturalidad todo lo referente a Navidad, siempre que no vaya a comprar. Es simplemente como si no estuviese. Ahora cambio de canal cuando la tele retransmite una de esas malditas películas norteamericanas de nieve y luces en cada hogar. Esos films salidos del averno, los sigo detestando, pa' qué vamos a mentir (no hablo de "Solo en casa", esa me la trago por mis santas narices cada año). 
Ahora los villancicos hasta me motivan y espero con ganas reunirme en Nochebuena alrededor de una mesa que bien podría ser protagonista de "La Grande Bouffe", y entonces pienso en lo afortunada que soy. Espantosa y asquerosamente afortunada. De poder comer lo que quiera hasta reventar rodeada de las personas que más quiero en esta vida. Que sí, que hay ausencias que no se suplen, pero ¿y las presencias que siguen en pie? ¿No será eso más importante y el motivo por el que brindar? Si es que, lo que no enseñe la vida, no lo enseña nada en el mundo.
Ahora sé por qué vuelve a gustarme la Navidad, ahora que he visto lo frágil que es la existencia de cada ser humano, ahora que sé cómo funciona nuestro cuerpo, ahora que entiendo la gran fortuna que es tener lo que tengo. Y yo quejándome, que si comprar, que si fingir, que si reír... ¡Qué narices! ¿Para qué quieres comprar compulsivamente? Hombre, si quieres hacerlo, hazlo, pero no desvíes jamás el verdadero sentido de esta tradición. Los Reyes van a venir igual, porque los Reyes viven dentro de cada uno, se alimentan de lo que un día fuimos; pequeños seres inmersos en nuestra propia burbuja de tranquilidad, paz y amor. Al menos dentro de mí sí. Ahí sale el espíritu de aquella niñita 20 años atrás. Pero de eso ya escribiré más adelante. Ahora toca disfrutar los días venideros, siempre que puedas hacerlo, eso es un tesoro que muy pocas veces sabemos apreciar. Y no hace falta que finjas la sonrisa, ante ciertas situaciones, sale sola.



https://www.youtube.com/watch?v=ihW56Xa3XGQ

¡FELIZ NAVIDAD, PRÓSPERO AÑO Y FELICIDAD!